martes, 22 de octubre de 2013

¿Todo es relativo?




Vivimos en la “Era” conocida como “Postmodernista”, que se caracteriza por ser la cuna de:

La sociedad atea, que reniega de Dios o directamente niega su existencia.
La sociedad materialista y de consumo, en la cual lo valioso es tener y poseer en función de nuestra capacidad adquisitiva.
La sociedad hedonista y del ocio, donde la búsqueda del placer y la diversión se convierten en la máxima prioridad.
El culto al físico, por lo cual se nos mide (y nos medimos) en función de nuestra apariencia externa.
La pluralidad religiosa, con un extenso catálogo de diversas filosofías y múltiples religiones a las que podemos “subscribirnos”.

A esta "Era" le antecedió el llamado “Modernismo”, que trató de lograr un mundo mejor por medio de la razón humana, pasando a ser el hombre el centro de todo interés, buscando su bienestar social y dejando a Dios de lado. La religión se consideraba un estorbo para alcanzar su fin principal, que era la felicidad, la cual se lograría erradicando la ignorancia, los males sociales y las supersticiones religiosas. Ante el fracaso de esta utopía, surgió el “Postmodernismo”, en el cual cada ser humano es libre de tener su propia visión del mundo y, por lo tanto, no se considera que exista una única verdad. En consecuencia, los valores morales son relativos y sujetos a la interpretación personal. Este es el mundo postmoderno en el que vivimos. En general, hemos pasado del periodo “Teocéntrico” (donde Dios era el centro de todo) al “Antropocéntrico” (donde el hombre es el foco principal).
Las consecuencias de los “valores relativos” y que dependen de cada persona ha traído las consecuencias que podemos ver en esta imagen (son como hojas secas):  




El psiquiatra Enriques Rojas nos muestra cómo afecta a la humanidad el libertinaje del que nos hemos adueñado: “La permisividad es un estilo de pensamiento en el que todo vale y cualquier cosa es posible con tal de que a uno le guste. La permisividad y el relativismo son dos disolventes de la conducta, que hacen que el ser humano quede a merced de los caprichos y sentimientos del momento [...] El hombre sin valores vive huérfano de humanismo y de espiritualidad. Es el hombre ligth, al que solo le interesa el sexo, el dinero, el poder, el éxito, el pasarlo bien sin restricciones y la permisividad ilimitada. Por ese camino se suele llegar a una saturacion de contradicciones que desembocan en el vacío. Es el culto a la tolerancia total, la permisividad como religión, cuyo credo es una enorme curiosidad por todo, donde lo importante son las sensaciones dispersas, que desembocan en una indiferencia por saturación de incoherencias” (Cita de El hombre light).
¿Qué ocurre cuando alguien quiere jugar al fútbol con las manos? Que le pitan falta. Y podría argumentar: “Bueno, pero es que yo quiero jugar con las manos”. Y la respuesta sería de pura lógica: “Muy bien, trata de jugar con las manos, pero que sepas que no podrás jugar al fútbol de esa manera porque hay unas normas iguales para todos”. En el mundo sucede exactamente lo mismo. ¿Por qué hay normas de circulación? ¿Por qué hay una Constitución en los países democráticos? Para que haya un orden en la sociedad. Cuando las personas se salen de esas normas tienen que pagar unas consecuencias, y ahí aparece el Código Penal. Con Dios sucede igual: Cuando estableció unas leyes no era para aguarnos la fiesta, sino para que todo fuera bien. El caos que vemos en el mundo en todos los ámbitos (corrupción, vidas vacías, inmadurez, libertinaje sexual, infidelidades, diferencias abismales entre pobres y ricos, abortos, violaciones, asesinatos, adiciones, etc.) es el resultado de vivir de espaldas a esas leyes que Dios estableció. Es la consecuencia directa de haber quitado a Dios del puesto de “director de orquesta” de nuestras vidas, situándonos nosotros en su lugar. Teniendo Dios tres atributos: la Omnipotencia (todo lo puede), la Omnipresencia (está en todas partes al mismo tiempo), y la Omnisciencia (todo lo sabe, hasta los pensamientos más profundos), ¿no crees que Él mejor que nadie para saber qué nos conviene y qué no?
A lo que Él llama “malo”, nosotros lo llamamos “bueno”. Si Él dice algo, nosotros le llevamos la contraria. Si Él habla de juzgar los hechos pero no a las personas, nosotros hacemos lo opuesto; Si Él habla de ser humildes, nosotros miramos a algunos por encima del hombro; Si Él habla de no ser chismosos, nosotros disfrutamos con los chismes como un niño lo hace con un caramelo; Si Él habla de quitar la amargura de nuestro corazón, nosotros la guardamos de por vida; Si Él habla de contentarnos con lo suficiente, nosotros compramos compulsivamente; Si Él habla de mostrarnos agradecidos por lo que tenemos, nosotros pensamos en lo que no tenemos; Si Él habla de cuidar nuestra salud, nosotros consumimos sustancias que provocan enfermedades y muertes como la llamada “droga blanda” (el tabaco); Si Él nos permite disfrutar del vino, nosotros lo usamos para “coger el puntito” o directamente emborracharnos; Si Él habla del respeto a la vida, nosotros hablamos del derecho de la mujer a decidir asesinar al bebé que lleva en su vientre; si Él habla de la fidelidad matrimonial, nosotros hablamos de la “canita al aire” o de estar juntos “hasta que nos cansemos el uno del otro”; si Él habla del amor y el sexo dentro de la relación conyugal, nosotros hablamos del sexo sin amor como una opción más antes del matrimonio; si Él habla de decir siempre la verdad, nosotros decimos de vez en cuando “mentirijillas” cuando nos conviene. Nada de esto podemos negarlo ante nosotros mismos. En consecuencia, estamos lejos de Dios (como ya vimos: http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2013/09/no-soy-religioso-ni-catolico-ni.html).
¿Crees que Dios me prohíbe diversiones sanas o que me aburro? ¿No sabes que me encanta hacer deporte, los parques acuáticos, leer, escribir, el cine actual y clásico, disfrutar de una buena cena con amigos, ver la “Champions”, relajarme en la piscina, entre otras muchas cosas? ¿De verdad piensas que Dios nos quiere fastidiar y quitar la diversión? ¿No será que nosotros somos los que nos hemos apartado de su camino y ya vemos el mal como algo natural? ¿Y nos quejamos de falta de libertad? ¡Ahí tenemos la libertad de hacer lo que queramos! Ahí están las evidencias y ahí también están las consecuencias. ¿Queremos ir por libres? Él nos deja, pero ahí el caos que observamos. Creemos como los judíos, que no nos pasaría nada por hacer lo que no quisiéramos: “Negaron a Jehová, y dijeron: Él no es, y no vendrá mal sobre nosotros, ni veremos espada ni hambre” (Jeremías 5:12). Y, como casi siempre, nos equivocamos.
Creer que Dios es una especie de “Policía Antidisturbios”, que prohíbe, reprime y golpea sin piedad, y que nos coarta la libertad, es un grave error. Esto simplemente es un prejuicio que se ha instalado en la mente de los seres humanos, una idea global que se ha transmitido como un virus por el aire de persona a persona. Pero Él no es así. La Biblia dice que “Dios es amor” (1 Juan 4:8), y quiere lo mejor para nosotros.
En lugar de seguir culpando a Dios de los problemas humanos, tenemos que mirarnos a nosotros mismos. Ahora eres tú quien elige qué camino quiere seguir: el de la sociedad “postmodernista”, vacío y carente de significado; o el de Dios, que satisface plenamente y llena tu vacío: “Yo he puesto delante de ti hoy la vida y el bien, la muerte y el mal [...] he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia” (Deuteronomio 30:15, 19).
Sus valores no son relativos, sino superiores a los que te puedas imaginar. En tus manos está escoger.

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