lunes, 18 de noviembre de 2019

7.1. El carácter maquiavélico y oscuro de los lobos eclesiales



Venimos de aquí: ¿Por qué una persona se une a una iglesia enferma o malsana sin saberlo? https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2019/09/6-por-que-una-persona-se-une-una.html

A los que nos gusta el cine, hemos visto en los últimos años varias películas del actor irlandés Liam Neeson en papeles muy parecidos, haciendo de líder o héroe, con un toque ermitaño, antisocial y solitario, pero con grandes cualidades para la acción. En este bloque de su filmografía nos encontramos con “Venganza” (Taken en su versión inglesa), “Sin identidad” (Unknown), “Sin escalas” (Non Stop) e “Infierno blanco” (The grey). Esta última me sirve como introducción al tema que quiero tratar. Para no divagar sobre la trama, la copiaré tal cual de wikipedia: John Ottway (Liam Neeson) es el líder de un indisciplinado grupo de trabajadores de una refinería cuyo avión se estrella en las remotas montañas de Alaska. Los supervivientes, expuestos a heridas mortales y un tiempo inclemente, disponen de pocos días para escapar de los gélidos elementos. Y por si el terrible frío fuera poco enemigo, una manada de lobos salvajes, amenazantes y sanguinarios, persiguen incansablemente a sus presas humanas. A medida que las indefensas víctimas caen una a una, las posibilidades de supervivencia del último de estos hombres son cada vez más remotas”. El final es enigmático, puesto que deja en el aire cierta duda sobre el destino del protagonista tras su enfrentamiento con el lobo alfa, que ocupa el lugar más alto dentro de la jerarquía social de la manada.
Durante todo el metraje la angustia es incesante. Los aullidos de la manada de lobos ocultándose en la oscuridad, esperando el momento preciso para atacar y devorar a sus presas, son asfixiantes para el alma. Tomar consciencia de que tus probabilidades de morir son inmensas y que tu oponente te supera en número y en fiereza es aterrador. La única defensa es correr sin descanso, ocultarse y, sobre todo, el fuego.
Triste y lamentablemente, este tipo de situaciones las encontramos dentro de algunas iglesias que se consideran cristianas: lobos con piel de cordero que acechan para destrozar la vida de aquellos que están a su alrededor. Esto es lo que vamos a analizar y no hay nada mejor que comenzar describiéndolos.

Lobos eclesiales
Estos lobos tienen principalmente dos tipos de moral: la que predican para los demás y la que se aplican a sí mismos. Disciplinan a la grey, pero jamás se disciplinan a sí mismos. Dan lecciones de santidad y pureza, pero ellos practican el pecado de distintas maneras.
Hay un texto en Romanos en el que Pablo le está hablando a los judíos, pero que es perfectamente aplicable a los “lobos”: “He aquí, tú tienes el sobrenombre de judío, y te apoyas en la ley, y te glorías en Dios, y conoces su voluntad, e instruido por la ley apruebas lo mejor, y confías en que eres guía de los ciegos, luz de los que están en tinieblas, instructor de los indoctos, maestro de niños, que tienes en la ley la forma de la ciencia y de la verdad. Tú, pues, que enseñas a otro, ¿no te enseñas a ti mismo? Tú que predicas que no se ha de hurtar, ¿hurtas? Tú que dices que no se ha de adulterar, ¿adulteras? Tú que abominas de los ídolos, ¿cometes sacrilegio?” (Ro. 2:17-22).
¿Se glorían en Dios? Basta con mirarlos cuando “alaban” musicalmente: parecen estar en éxtasis. ¿Conocen la voluntad de Dios y la aprueban? Por supuesto que sí. Llevan años escuchándola y enseñandola a otros. Se sienten guías de los ciegos y maestros de los que se acercan a ellos a pedirle consejo. Aconsejan, exhortan y denuncian el pecado. ¿El problema? Ellos hacen justo lo contrario: adulteran, mienten, critican con malicia, viven en impureza y desollan a sus víctimas. Hay algo oscuro en ellos. Llevan una máscara sobre el rostro real que les lleva a sonreír de cara a los demás y, al mismo tiempo, a mostrar sus colmillos a escondidas.
Tienen literalmente hechizados a sus seguidores, que les suelen admirar hasta que descubren la verdad muchos años después (si es que lo hacen): “Porque tales personas no sirven a nuestro Señor Jesucristo, sino a sus propios vientres, y con suaves palabras y lisonjas engañan los corazones de los ingenuos” (Ro. 16-18).
Otra de las características principales de los “lobos eclesiales” es que tienen dos caras. En una de ellas, tienen un pelaje hermoso de piel suave y ojos profundos. Sus aullidos (palabras) resultan hipnóticas para el que las escucha, que se siente atraído hacia ellos. El otro lado de la cara, cuando muestran sus colmillos bien afilados: no aceptan que otros les hagan sombra; desean alzarse por encima del resto y gobernar a la manada; buscan cualquier síntoma de debilidad para atacar; y, por último, no tienen reparos en usar todas las tácticas a su alcance para lograr sus objetivos. Por eso son depredadores.
Los lobos no son los que sirven a Dios con sencillez y sin llamar la atención, sino los que se sirven de Él para ser reconocidos; los lobos no son los que denuncian las falsas doctrinas (como la teología de la prosperidad, entre otras muchas), sino los que retuercen el texto bíblico para justificar sus opulentos estilos de vida.
Los lobos muestran una cara u otra según les convenga. Son iguales que el clima: cerca de ellos a veces luce el sol como un plácido día de primavera y en otras ocasiones se convierten en un tornado que arrasa con todo. Y siempre de manera inesperada. Por eso no tienen escrúpulos para mentir cuando les conviene. Son verdaderos expertos en tergiversar la verdad para amoldarla a sus intereses.
Aún así, nunca se libran de los escándalos y las evidencias son abrumadoras por mucho que traten de ocultarlas. Cada cierto tiempo salta uno nuevo, y no precisamente por predicar el Evangelio, porque las personas no son tan ciegas como ellos creen. Ante estos casos, actúan como Diótrefes: “parlotean” con palabras malignas contra a los que no piensan como ellos, y los expulsan de las iglesias (cf. 3 Jn. 1:10).
No conocen la piedad ni la misericordia, excepto para los que se postran ante ellos. Juegan con las emociones de las personas y las manipulan para lograr sus propósitos. Las coartan, las arrollan y las humillan si lo creen necesario, infundiéndoles falsos sentimientos de culpa, recreándose en sus textos favoritos, que por supuesto no se aplican a sí mismos. No tienen problemas en pisotear a los demás para alcanzar sus fines. Aunque lo nieguen, para ellos el fin justifica los medios. Desconocen las palabras de Emmanuel Kant, que señalan que “todo ser humano es un fin y nunca un medio”. Para ellos, es justo al contrario: usan a las personas para alcanzar un fin: el suyo.
Hablan una y otra vez del temor de Dios, pero demuestran día tras día que desconocen su significado.
Se les llena la boca hablando de compasión y de piedad hacia los demás, cuando en realidad no tienen nada de esto. El “amor” que practican se basa en la envidia, en la arrogancia, en el egoísmo, en el rencor y en la injusticia; justo lo opuesto a la descripción que hizo Pablo del verdadero amor (cf. 1 Co. 13:4-8). De ahí que solo prosperan en el ministerio aquellos que se entregan por completo a sus  mandamientos legalistas y personales.
Se aprovechan de las carencias emocionales y afectivas de los creyentes para jugar con ellos a un tira y afloja, lleno de condescendencia: “Si me obedeces, te daré lo que buscas; si te vuelves un rebelde, serás devorado por el adversario”. Los vuelven prisioneros en una cárcel en medio de un océano lleno de tiburones. Los acorralan y los sitúan entre la espada y la pared. O aceptan el juego o son devorados. Dejan muy claro que únicamente hay dos caminos: o estás con ellos o contra ellos; o eres una oveja blanca o una oveja negra. En sus corazones creen que hay una sola verdad: la que sale de sus bocas. Puro maniqueísmo. Cuando algunos tienen la “osadía” de alejarse de su presencia tóxica, citan con una horrible hermenéutica las palabras de Juan: Salieron de nosotros, pero no eran de nosotros; porque si hubiesen sido de nosotros, habrían permanecido con nosotros; pero salieron para que se manifestase que no todos son de nosotros” (1 Jn. 2:19). Es la manera que tienen de acallar las voces disidentes.
Son profesionales asalariados de la religión, especializados en pseudo-cristianismo, cuyos ingredientes son la metafísica, la filosofía barata, el paganismo y la psicología humanista, todo aderezado con un poco de Biblia como condimento para darle un sabor agradable al paladar. De esta manera, el incauto, ingenuo e inocente creyente se lo come con gusto. Si no se hace lo que indican al pie de la letra, señalan que tienes un problema personal. O lo que es peor, un problema con la autoridad que Dios ha establecido.
Defenderse sirve de poco. Tienen una habilidad “sobrenatural” en darle mil vueltas a tus palabras y usarlas contra ti. Cuando ellos fallan, son errores; cuando son los demás, son pecados. A duras penas reconocen sus faltas y cuando lo hacen es para que el prójimo admire cuán “humildes” son. Luego, entre bastidores, desprecian a aquellos a los que besan y abrazan de cara al público.
Aunque no lo sepan, sobreactúan como malos actores, y se convencen a sí mismos de que es el mover del “Espíritu”. Tienen un dominio absoluto de la puesta en escena. Saben perfectamente qué decir en cada momento, cómo decirlo y qué tono de voz usar para lograr el efecto deseado; así controlan y dominan a las masas adormecidas. Lo hacen tan bien y son tan carismáticos que parecen hablar de parte de Dios y estar ungidos. ¿La realidad? Ni lo uno ni lo otro.
Cuando dicen que Dios habla a través de ellos, mienten. Cuando afirman que “el Espíritu Santo les dijo”, mienten. ¿Cómo puede una persona ser un mentiroso crónico, falsear la realidad sin pudor o directamente inventársela, y luego presentarse ante toda una congregación y predicar con total tranquilidad? Es difícil de aceptar pero fácil de comprender: Ha logrado “desdoblar” su personalidad y su conciencia, al estilo de Dr. Jekyll y Mr. Hyde, separando el bien del mal. Puede llevar a cabo malas acciones (su lado Hyde) y momentos después el bien en mayúsculas (su lado Jekyll), por lo que no siente remordimiento alguno con las actitudes perniciosas de su otro yo.
El problema surge cuando se creen sus propias mentiras. Puede que ni sean conscientes de su propio engaño. Puede que tengan muchas “obras” y “números”, pero esto no sirve de nada si no va acompañada de la verdad bíblica. Por otro lado, si observamos en detalle la vida de los lobos, comprobaremos que el fruto que manifiestan no es el del Espíritu: “amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza” (Gá. 5:22-23). Recordemos que Jesús dijo que los reconoceríamos por sus frutos, no por sus obras. Observar con atención este detalle tan importante es vital.
Siempre van de víctimas, cuando realmente son los verdugos: “Las personas que cometen actos malvados tienden a verse a sí mismas como las víctimas de aquellos a quienes persiguen” (Roy Baumeister). 
Se lamentan y lloran por lo que sufren (fruto de sus propios pecados), pero olvidan cuántos corazones han roto y el número de vidas que han destrozado, puesto que la capacidad de empatía que poseen es mínima, y la que dicen tener es fingida.
Tienen los colmillos llenos de la sangre de sus sacrificios humanos, algo que un día Dios les demandará por todo el tropiezo que han supuesto tanto para creyentes como para incrédulos.
Si tienen que romper matrimonios, los rompen. Si tienen que romper amistades, las rompen. Si tienen que poner a un hijo de Dios contra otro hijo de Dios, lo hacen. Cuando dan dentelladas, señalan que es por el bien de los hermanos, y lo espiritualizan con el famoso texto que enseña que el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo (cf. He. 12:6), convirtiéndose éste en un pasaje que les fascina y que usan según su propia conveniencia e interpretación:

— Te noto raro, dijo el lobo al cordero relamiéndose nada más verlo aquella mañana luminosa. Últimamente, cada vez que me cruzo contigo sales corriendo y no lo entiendo. Algo te pasa conmigo. Hablemos del tema.
— No me pasa nada, lobo -respondió temeroso el tierno animal con la mirada fija en el árbol que tenía enfrente, conociendo de sobra que por más que lo intentara nunca podría subir a las ramas más altas de su copa si tenía que escapar de su interlocutor.
— Pues no sé, lo único que espero es que mis bromas no te disgusten. Tomó aire y continuó. De sobra me conoces. Somos amigos, ¿no es verdad?
— Por supuesto que sí, de toda la vida.
— Bien, sabes que cuando te muerdo en la yugular es porque me encuentro aburrido y busco un amigo con quien divertirme; que cuando te acecho de noche es porque padezco de insomnio y me veo obligado a gastar el tiempo, ¿tienes idea de lo malo que resulta no poder dormir? Cuando corro detrás de ti por el campo es porque me gusta hacer footing acompañado. La soledad mata. Me alegra estar a tu lado.
— Sí, sí, lo sé, claro que lo sé. El cordero miraba ahora más alto, al cielo, en actitud de plegaria, con evidente temblor en sus patas.
— Pues nada, sólo quería aclarar las cosas. No me gustan los que parece que tienen algo contra mí y se callan o disimulan. En la manada me enseñaron que no está bien que estos temas se guarden dentro, se pudrirían. Te dejo por un rato, tengo algo que hacer. Tambaleándose, el cordero echó a andar en dirección este. No quiso mirar atrás. A quince metros de distancia, el lobo, con paso sigiloso, también. Hay animales dañinos que por conveniencia propia practican la hipocresía, terminan convencidos de que el malo es el otro, pero no siempre logran convencer al otro de que es el malo. (Isabel Pavón)[1].

Estos lobos existen desde el mismo comienzo de la cristiandad y es un fenómeno que se da en la actualidad entre determinados movimientos “cristianos”, y que irá en aumento conforme se acerque la Segunda Venida de Cristo.

Tipos de lobos
Existen diversos “modelos” de lobos:

1. El lobo codicioso que anhela “la plata” y la vida opulenta. Es por eso que por avaricia hace mercadería con la fe (cf. 2 P. 2:3), y la “venden” ante los demás como una bendición de Dios: “Lo que los hombres tienen por sublime, delante de Dios es abominación” (Lc. 16:15). Este es el falso profeta que viene en ropa de oveja (cf. Mt. 7:15). Además, son especialistas en dar profecías que el tiempo demuestra una y otra vez que son falsas: Falsamente profetizan los profetas en mi nombre; no los envié, ni les mandé, ni les hablé; visión mentirosa, adivinación, vanidad y engaño de su corazón os profetizan” (Jer. 14:14); Vieron vanidad y adivinación mentirosa. Dicen: Ha dicho Jehová, y Jehová no los envió; con todo, esperan que él confirme la palabra de ellos. ¿No habéis visto visión vana, y no habéis dicho adivinación mentirosa, pues que decís: Dijo Jehová, no habiendo yo hablado? Por tanto, así ha dicho Jehová el Señor: Por cuanto vosotros habéis hablado vanidad, y habéis visto mentira, por tanto, he aquí yo estoy contra vosotros, dice Jehová el Señor (Ez. 13:6-8).

2. El lobo que necesita sentirse amado y admirado, creyendo que el camino para lograrlo es alcanzar el éxito, la fama, el prestigio y el reconocimiento, aunque para ello tenga que pasar por encima de los demás y pisotearlos si es necesario. De ahí su orgullo y sus sueños de grandeza. Tiene un ego tan alto que si se cayera se mataría. Necesita sentirse mejor o más importante que los que le rodean. Por eso magnifica todo lo que hace, infravalorando las obras ajenas, actuando como los fariseos a los que señaló Jesús: “Hacen todas sus obras para ser vistos por los hombres. Pues ensanchan sus filacterias, y extienden los flecos de sus mantos; y aman los primeros asientos en las cenas, y las primeras sillas en las sinagogas, y las salutaciones en las plazas, y que los hombres los llamen: Rabí, Rabí” (Mt. 23:5-7). Este endiosamiento acabará tarde o temprano en su propia destrucción.
Esta es la razón exacta por la cual los lobos eclesiales, al igual que los lobos-alfa, marcan su territorio y no permiten que nadie “usurpe” su lugar. Si alguien lo hace, se lanzan directamente a la yugular con intenciones homicidas para conservar la supremacía. Es la manera que tienen de eliminar la oposición interna, al igual que en una dictadura. Esto les conduce a enseñorearse de la viña del Señor como si les perteneciera, siendo manipuladores profesionales. De todo esto resulta que no sea extraño escucharles frases como “el Pastor –así, en mayúsculas como título y no como función dentro del cuerpo de Cristo- de la iglesia soy yo y ustedes tienen que obedecerme en todo lo que les diga”, seguido de una retahíla de textos bíblicos mal contextualizados. Ni siquiera ellos saben cuándo dejaron de ejercer una sana autoridad para caer en el autoritarismo, lo que les convierte en personas muy peligrosas y sumamente perniciosas, como en su día lo fue Diótrefes (cf. 3 Jn.).

3. El lobo que se mueve por deseos físicos. Esto podemos verlo en personas que se sirven de su posición o de la admiración que provocan en otros para “seducir” a miembros de la congregación. Incluso no tienen reparo en mantener relaciones con menores de edad si la ocasión se presenta. Otros casos extremos son los abusos sexuales y de pedofilia.

Lo que mueve a estos tres grupos se refleja en las palabras de Juan como una advertencia: “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre” (1 Jn. 2:15-17).

4. El lobo que no sabe que es lobo. Como una excepción, en este caso puede ser alguien que sí sea un verdadero cristiano “nacido de nuevo”, pero una deficiente educación teológica, su ignorancia bíblica y los malos ejemplos de terceras personas –unido a la naturaleza caída-, puede haberle conducido a graves errores.

Estos lobos con piel de cordero tarde o temprano terminan por ser descubiertos. Aunque en apariencia tienen un corazón conforme al de Dios, viven una mentira y sus engaños salen a la luz. Como dijo Abraham Lincoln: “Se puede engañar a todo el mundo algún tiempo... se puede engañar a algunos todo el tiempo... pero no se puede engañar a todo el mundo todo el tiempo”.

Continuará en: ¿Por qué se convierte una persona en lobo?

4 comentarios:

  1. Hola hermano Jesus, sigo su blog desde hace algún tiempo y siempre quedo gratamente sorprendido con todo lo que usted publica, pero debo decirle que este artículo me ha dejado sin palabras. Usted es muy valiente, no todos se atreverían a publicar un contenido de esta índole pues lo mas fácil y seguro es callar ante dicho disparate eclesiástico. Por desgracia de donde yo soy se estila demasiado el modelo autoritario y es una verdadera pena, muchísimas personas quedan literalmente descuartizadas por estos lobos con apariencia de piedad,los anulan, manipulan; controlan cada área de sus vidas: lo personal, laboral, sentimental, económico, todo. Es triste que muchas personas no quieran abrir sus ojos. Es triste que muchos crean las patrañas que les dicen infundando un miedo ridículo a pensar diferente a lo que ellos enseñan, se conforman toda la vida con la leche espiritual(adulterada) pensando que todavía no tienen dientes para poder masticar los banquetes que Dios les pone todos los días en sus mesas(su palabra) ojalá algún día todos lo hermanos que son oprimidos tengan el valor de correr a esos delicados pastos donde el gran pastor nos hace descansar y puedan sentir el aire puro de su verdadera morada y sentir la libertad vivificante de pasear por las montañas sin un lobo pegado al trasero ja.
    Le mando un cordial saludo y ánimos para que siga publicando estas cosas que hacen tanta falta.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias por sus palabras. Es triste que haya que hablar de esto, porque lo ideal sería que no se dieran estas situaciones. ¡Que el Señor siga haciendo su obra en cada uno de nosotros!

      Eliminar
  2. Hola, me ha gustado mucho tu artículo,lo expones de forma que se pueda identificar a estas personas... Pero me gustaría comentarte algo que me ha llamado la atención acerca de lo dicho como ejemplo extraordinario sobre el hijo pródigo,el cual demuestra que no hay ovejas pérdidas, pero quiero tu opinión mirándolo desde otro punto de vista.....Si usted tuviera que estudiar los motivos por cual el hijo pródigo volvió.. Que me diría usted? Si usted lo analiza de forma objetiva se daría cuenta que vuelve por qué no tiene nada.. Hubiera vuelto si su herencia no la mal gastara?posiblemente no pues el disfrutaba de ello,pero fue cuando tuvo hambre y no tenía nada cuando recapacito..creo que es más por el ejemplo del padre lo que demostró al ver a su hijo y lo que le podría enseñar el padre al hijo después de tenerlo consigo..espero su opinión y muchas gracias por escribir artículos interesantes.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola hermano. ¿Cómo está? Deseo que todo bien en el Señor. Lo primero agradecerle su tiempo y sus palabras. Sobre su pregunta del hijo pródigo, aquí le dejo mi opinión sobre el tema que me plantea y ofrecí en otro artículo: De Hannah Montana a Miley Cyrus: Perdida en el desierto:
      http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2013/10/de-hannah-montana-miley-cyrus-perdida.html
      Siéntase en completa libertad para estar de acuerdo o en desacuerdo. ¿Cómo llevar esta historia a un "lobo"? Pues como usted bien dice, mientras que lo tenga todo será difícil que se arrepienta a menos que Dios lo toque muy directamente. El problema en muchas ocasiones es que el Señor les manda a algún "Natán" para que les señale con el dedo sus equivocaciones, pero ellos no reaccionan. O no se sienten identificados con la descripción que se hace de los "lobos" y sus acciones, e incluso piensan que están haciendo la voluntad de Dios (he conocido a personas que así lo creen), o sencillamente tienen el corazón endurecido como Faraón. Es lo que pienso basándome en mi propia experiencia y en lo que creo entender de la Palabra.
      Gracias de nuevo y que el Señor le bendiga.

      Eliminar