lunes, 13 de julio de 2015

6. ¿Tienes un problema de soledad?


Venimos de aquí: Las amistades con el sexo opuesto: Complicaciones y posibilidades. http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2015/06/52-complicaciones-y-posibilidades-en.html  


En el capítulo anterior comprobamos que tener amistades profundas era la solución a los problemas de soledad. Jesús mismo escogió a sus amigos y los llamó como tales. Miró en lo profundo de sus corazones y seleccionó a aquellos que quería a su lado para compartirles lo profundo de su ser. Pero, en realidad, esta es únicamente la primera parte para resolver tamaña cuestión. Muchos creen que tener pareja es el “antídoto” perfecto y total ante la soledad, cuando la realidad es que hay muchos matrimonios que “cohabitan” pero no tienen apenas nada en común, y se sienten profundamente solos. La soledad profunda no se soluciona únicamente teniendo amigos, ni siquiera con una pareja sentimental.  

La raíz del problema: Necesidades humanas
El ser humano fue creado por Dios con una doble necesidad. Por un lado, como ya vimos: tener compañerismo e intimidad con sus semejantes. Cuando esto no ocurre, aparece uno de sus frutos: los sentimientos de soledad. La solución que el Señor nos muestra es clara: la amistad. Evidentemente, el hecho de tener una buena relación de pareja o un matrimonio satisfactorio es muy gratificante. Pero el remedio a la soledad emocional que tiene en el presente un soltero se basa en tener relaciones profundas y de calidad con un cierto número de personas, con las cuales poder compartir la vida en todas sus facetas, sean risas, lágrimas, alegrías, tristezas, problemas, inquietudes, pensamientos, etc.
Por otro lado, existe la soledad “espiritual”, ya que fuimos creados con una necesidad imperiosa mayor: la de la comunión e intimidad con Dios. Nos creó así para que al sentir ese vacío que no comprendíamos buscáramos la manera de solucionarlo.
El origen, la raíz de esa soledad, es mucho más profunda que el hecho de tener o no tener amigos. Ese sentimiento de soledad llega al alma de la persona por causa del pecado, que es la separación de la criatura del Creador. ¿Sabes por qué? Todos los seres humanos de este mundo están hechos a imagen y semejanza de Dios. Cuando pecó perdió la comunión y el compañerismo natural que tenía con su Creador. Es por eso que ese sentimiento de soledad embarga el corazón humano. Y esa es la causa de la soledad que miles de millones de personas sienten en todo el mundo. Podemos arreglar el primer tipo de soledad, la emocional, de la manera que hemos dicho. Pero mientras no arreglemos el segundo tipo, la soledad espiritual, nos sentiremos vacíos.
Sé que por desgracia muchos cristianos, tantos casados como solteros, sienten esta clase de soledad. Puede ser desde hace mucho tiempo o desde hace poco. Puede que comenzaran a sentirla en algún momento determinado de sus vidas cristianas y, cuando se dieron cuenta, ya no sabían qué hacer. Días que parecen que nunca acaban. Noches que se hacen eternas y sienten tocar fondo. Quienes la padecen no suelen contarlo. No quieren que nadie sepa cómo se sienten porque piensan que sentirán lástima de él, y es la última emoción que desean experimentar. Así que es un tema que se suele ocultar.
Yo he sentido esa soledad. Y harto de ella, hice lo que suelo hacer cuando me encuentro con un problema que no sé cómo encarar: buscar en la Biblia la solución. Evidentemente, allí encontré la respuesta porque es la Palabra de Dios. Me puse a buscarla ya que es algo que afectaba a mi vida diaria y que de lo cual iba a depender buena parte de mi felicidad y de mi estado emocional mientras fuera habitante de este planeta.

La verdadera cura a la soledad
Lo primero es saber qué hacer para resolverlo: tienes que querer y poner de tu parte. Si con tu boca, incluso en lo profundo de tu corazón, dices que quieres pero luego no te esfuerzas, no habrá nada que hacer. El fracaso será evidente.
Veamos cómo aplicar la solución. Llevará su tiempo, puesto que no será un cambio que se produzca de la noche a la mañana. Hay que perseverar, y perseverar mucho, por la sencilla razón de que cuando se siente esa soledad nuestra naturaleza caída no tiene ganas de nada, quiere estar aun más sólo: sin hermanos, amigos y sin Dios. Se apodera de nosotros la solución opuesta a la que Dios ofrece.
¿Qué ocurre si no comemos algún día? Que pasamos un hambre atroz. ¿Qué ocurre cuándo, por circunstancias, como el trabajo o la enfermedad, no podemos ver a aquellos con los cuales tenemos amistades íntimas? Que se manifiesta un “brote de soledad emocional”. Con Dios exactamente igual. Cuando no somos conscientes de Su presencia, cuando no le hablamos, cuando no le contamos nuestros pensamientos, sentimientos, sueños, dudas y temores, se manifiesta el “brote de soledad espiritual”. El apóstol Pablo conocía perfectamente qué hacer para no caer en esa situación, y así se lo hizo ver a Timoteo: “Procura venir pronto a verme, porque Demas me ha desamparado, amando este mundo, y se ha ido a Tesalónica. Crescente fue a Galacia, y Tito a Dalmacia. Sólo Lucas está conmigo. Toma a Marcos y tráele contigo, porque me es útil para el ministerio. A Tíquico lo envié a Efeso. Trae, cuando vengas, el capote que dejé en Troas en casa de Carpo, y los libros, mayormente los pergaminos. Alejandro el calderero me ha causado muchos males; el Señor le pague conforme a sus hechos. Guárdate tú también de él, pues en gran manera se ha opuesto a nuestras palabras. En mi primera defensa ninguno estuvo a mi lado, sino que todos me desampararon; no les sea tomado en cuenta. Pero el Señor estuvo a mi lado, y me dio fuerzas, para que por mí fuese cumplida la predicación, y que todos los gentiles oyesen” (2 Timoteo 4:9-17).
Pablo estaba contándole a su discípulo y amigo Timoteo que había sido desamparado por aquellos en los cuales confiaba. Le narró el mal que le habían provocado algunos individuos para que se apartara de ellos. Pero, dicho esto, también le pidió que fuera a verle. Sabía pedir ayuda. Podía haberse quedado autocompadeciéndose en la soledad que había venido a su vida, pero tenía amigos que estarían con él, y lo sabía, y no tuvo reparos a la hora de pedir el sustento emocional que requería. Pablo quería compañía, puesto que como ser humano la necesitaba. Una gran lección para nuestras vidas. No se encerró en sí mismo ni nada por el estilo. Le escribió a su amigo y le dijo: “Mira lo que me ha ocurrido. Todos me han abandonado. Ven a verme, porque necesito de tu compañía”.
Ahora bien, no se conformaba con eso. No le bastaba con no sentirse emocionalmente solo. Tampoco quería estar espiritualmente en ese estado. Aún en su soledad emocional, no llegó a sentir la soledad espiritual. De ahí que proclamara que, a pesar de todo, “el Señor estuvo a mi lado, y me dio fuerzas”. Su espíritu no se sentía desamparado ni en soledad. ¿Por qué? ¿Quién le dio fuerzas? ¿Un hombre? No. Dios.

La presencia continua de Dios
Algunos dirán: “¿Cómo comenzar desde el principio? ¿Cómo llevar esto a la práctica en mi vida de manera diaria? ¡Sí, yo quiero hacerlo, no quiero sentirme más así, pero perdí el rumbo hace mucho tiempo y ahora no sé por dónde caminar!”. Veamos lo que hacía Jesús. Tras realizar el milagro de la multiplicación de los panes y los peces, leemos: “En seguida Jesús hizo a sus discípulos entrar en la barca e ir delante de él a la otra ribera, entre tanto que él despedía a la multitud. Despedida la multitud, subió al monte a orar aparte; y cuando llegó la noche, estaba allí solo. Y ya la barca estaba en medio del mar, azotada por las olas; porque el viento era contrario. Mas a la cuarta vigilia de la noche, Jesús vino a ellos andando sobre el mar” (Mateo 14:22-25).
Me detengo aquí: En la antigüedad, la noche se dividía en cuatro vigilias: desde las 6 de la tarde hasta las 9; desde las 9 hasta las 12; desde las 12 hasta las 3 de la madrugada, y desde las 3 hasta las 6. Es decir, que desde aproximadamente las 6 de la tarde, la puesta de sol, hasta las 3 de la mañana, Jesús estuvo solo. ¡Durante nueve horas!
Lo importante aquí es ver que en esas largas horas no se sintió en soledad. Por una sencilla razón: una persona que pasa por el valle de la soledad queda en un estado manifiesto de decaimiento, y ese no fue el caso de Jesús. Él no había estado solo, sino que había estado con el Padre. Esto se comprueba cuando, después de todas esas horas, regresó con pleno poder, andando sobre el mar. Aunque físicamente no había nadie más alrededor, no estaba solo. La presencia del Padre estaba con Él.
La inmensa mayoría de nosotros no se puede permitir el lujo de estar 9 horas diarias a solas con Dios en un lugar apartado. Pero todos debemos buscar y encontrar esos momentos. Los solteros lo tenemos más sencillo en ese aspecto. Gracias a una hermana que me prestó su piso, pude estar tres días a solas ya que lo necesitaba para despejar mi mente, descansar mi cuerpo y “recargar” mi alma. ¿Me sentí solo? No. ¿Por qué? Porque era consciente de la presencia continua de Dios. Por eso los cristianos creemos en la omnipresencia del Altísimo.
¿Qué dice el Antiguo Testamento?: “Entonces me invocaréis, y vendréis y oraréis a mí, y yo os oiré; y me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón” (Jeremías 29:13-14). ¿Y qué dice el Nuevo?: “Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros” (Santiago 4:8).
¿Qué ocurre cuando estamos a solas con Dios? Que Él nos llena. De esta manera, cuando volvemos al “mundo real”, los sentimientos de soledad se evaporan. En esos momentos con Él, como alguien dijo, en el silencio, el tiempo que sea necesario, crecemos en el conocimiento de nosotros mismos y en el conocimiento de Dios, y así podemos volver un poco más sabios y con renovadas fuerzas para seguir avanzando en el camino de la fe”.
¿Y en los momentos de dificultad? Y saliendo, se fue, como solía, al monte de los Olivos; y sus discípulos también le siguieron. Cuando llegó a aquel lugar, les dijo: Orad que no entréis en tentación. Y él se apartó de ellos a distancia como de un tiro de piedra; y puesto de rodillas oró” (Lucas 22:39-42). Dice: “... y saliendo, se fue, como solía”. El hecho de “quedarse a solas” era algo que Jesús practicaba con frecuencia. Se apartó de ellos a distancia como de un tiro de piedra, es decir, relativamente cerca, unos 20, 30 ó 40 metros, pero solo.
Después de aquella agónica noche, ¿cómo salió de allí Jesús, sabiendo lo que se le venía encima? ¿Cómo pudo responder con esa sabiduría ante el concilio cuando era Su Santo nombre era blasfemado? Porque previamente había sido fortalecido y lleno de paz.
¿Dónde fue la única vez que Pedro, Santiago y Juan escucharon la voz del Padre? En un monte alto, a solas con Jesús, cuando Él se transfiguró.
¿Dónde escuchó Moisés la voz de Dios por primera vez? En el desierto, en el monte Horeb, a solas. ¿Dónde le habló Dios más adelante? En el desierto, en el monte Sinaí, a solas. ¿Dónde solía hablar Dios con Moisés? Dentro del tabernáculo, a solas.
¿Dónde fue Elí fortalecido, reconfortado y nuevamente lleno? En el mismo lugar que Moisés, en el monte Horeb, de nuevo a solas con Dios. Fue alimentado y recibió nuevas fuerzas.  

El gólgota ya quedó atrás
Cuando Jesús terminaba de hablar con las multitudes, de hacer milagros, de estar con sus discípulos y amigos, se iba a estar con el Padre. Literalmente hablando, se quitaba del medio. ¿Estaba y se sentía solo? No. Él dijo: He aquí la hora viene, y ha venido ya, en que seréis esparcidos cada uno por su lado, y me dejaréis solo; mas no estoy solo, porque el Padre está conmigo (Juan 16:32). Palabras semejantes a las que dijo meses atrás: Porque el que me envió, conmigo está; no me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada” (Juan 8:29).
En una sola ocasión sintió la soledad espiritual, como Él mismo confesó con las palabras que todos conocemos: “Elí, Elí, ¿lama sabactani? Esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mateo 27:46). En aquellos momentos en la cruz, Él pasó por la soledad espiritual porque el Padre apartó Su mirada al estar cargando todo el pecado de la humanidad sobre Él. Por eso se hizo tinieblas sobre la tierra. El Padre ni hablaba ni contestaba, sino que hacía justicia para salvarnos a todos por medio de su sacrificio.
Ahora bien, Jesús ya pasó por el Gólgota. Jesús ya pasó por esos cielos cerrados. Jesús ya pasó por la pura y dura realidad de la separación con el Padre. Jesús ya pasó por la agónica soledad espiritual. Y uno de los propósitos fue para que ninguno de nosotros tuviera que pasar por ahí. Para que ninguno de nosotros tuviera que experimentar esa soledad espiritual. De ahí que diga en Hebreos que Él nos abrió un camino nuevo y vivo teniendo libertad plena para entrar en el Lugar Santísimo (cf. Hebreos 10:19-20). Un camino a la presencia de Dios, donde la soledad espiritual es disipada.
Cristo rompió la pared intermedia, el muro que había entre el Padre y el hombre desde el huerto del Edén, lugar donde nació la soledad. Y ese fue un muro no derribado a martillazos como el muro de Berlín, sino con sangre y por amor. Había que llevar a cabo tantos rituales para acercarse al Padre que cuando escudriño el Antiguo Testamento me alegro de no haber nacido en aquella época. Doy gracias a Dios por haber nacido después de Cristo.
Gólgota significa “Lugar de la Calavera”, por la sencilla razón de que el monte tiene forma de una calavera. Y una calavera es el conjunto de huesos de la cabeza, pero sin carne y sin piel. Es decir, no tiene vida. Pero Cristo, por medio de ese camino nuevo, nos dio nueva vida para que no tuviéramos que pasar lo que Él mismo pasó: la más profunda y terrible soledad espiritual, esos huesos sin vida. Ni tú ni yo tenemos que experimentar esos cielos cerrados que contempló Jesús en el Gólgota. Ese camino ya lo recorrió Él por cada uno de nosotros.
Hay muchos que siguen viviendo en ese lugar y se han convertido en calaveras. Sea por el pecado que todavía les domina (por lo que rehuyen buscar la presencia de Dios), o sencillamente porque no aceptan que solamente por medio de Dios su soledad será quitada, y siguen buscando otros caminos diferentes. Se puede llevar una vida moral relativamente buena y decente, y sin embargo estar en la más completa soledad espiritual.

Nadie puede llenar lo que únicamente Dios llena
Uno de los mayores errores que cometen los solteros es buscar que otros seres humanos llenen huecos que únicamente Dios puede llenar. Incluso las parejas que no han comprendido estos principios caen en el mismo fallo, y con ello sobrevienen las crisis. Esto conduce a muchas personas a saltar de relación en relación. Buscan un nuevo hombre o una mujer que les ofrezca lo que no les pudo dar el anterior. No se dan cuenta que los que les rodean no pueden satisfacer la necesidad primaria del ser humano, la comunión con Dios: “Ya seamos varón o hembra, todos debemos entender que la satisfacción no se encuentra en otro ser humano, a pesar de lo atractiva que pueda ser la otra persona, a pesar de lo suavizante y vigorizante que pueda sentirse su presencia. En lugar de buscar a otro, es momento de que corrijamos nuestra brújula y busquemos en cambio en nuestro Creador”[1].
A lo mejor crees que tus únicas necesidades son sentimentales y que cubriéndolas todo estará resuelto. Tus emociones pueden estar a rebosar, pero si tu espíritu está vacío tienes un problema para el cual hay una única solución: “Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús” (Filipenses 4:19). ¿Quién dice que suplirá? Mi Dios, nuestro Dios. Me encanta el ejemplo del rey David. Estuvo media vida huyendo de Saúl, que lo buscaba para matarle. Aun pasando por decenas de problemas, de sentimientos de abandono y de múltiples, dijo: “MI COPA ESTÁ REBOSANDO” (Salmo 23:5).
Hay parte de una canción secular que me sirve para expresar el corazón de Dios ante aquellos que sienten la soledad y no buscan la solución en Él: “Hace tiempo que ya no sé de ti, dime cómo te ha ido, [...] y si piensas en mí, [...] sigo aquí. No me crees cuando te digo que la distancia es el olvido. No me crees cuando te digo que en el olvido estoy contigo [...], y cada día, cada hora, cada instante pienso en ti. Y no me crees cuando te digo que no habrá nadie que te quiera como yo. Y si me entrego a ti sincero y te hablo al corazón espero que no me devuelvas un adiós”[2].
Y en otra parte de la misma lo que siente el creyente cuando experimenta estar lejos de Dios, en soledad, pero que desea solucionarlo: “No sé pensar si no te veo, no puedo oír si no es tu voz, en mi soledad yo te escribo y te entrego [...] mi corazón. Tú me dabas lo que nadie me dio en mi vida. No sé soñar si no es contigo, yo sólo quiero volverte a ver y decirte al oído todo lo que te he escrito...”.
¿Qué tienen que hacer aquellos que en este preciso instante de sus vidas están experimentando esta clase de soledad? Lo mismo que hicieron los dos que iban camino de Emaús. Nos dice la Escritura que ellos, sin saber ni siquiera que era Jesús mismo quien iba acompañándoles, “le obligaron a quedarse, diciendo: Quédate con nosotros, porque se hace tarde, y el día ya ha declinado” (Lucas 24:28). Puede que en tu espíritu sea de noche, pero cuando sepas que Jesús camina contigo a todas horas y en todo momento, te ocurrirá como a aquellos hombres: arderá tu corazón. 
Eso mismo ocurre en la vida de aquellos que tienen comunión diaria con Dios. La noche se convierte en día. El lamento en baile. La desesperanza en esperanza. La desilusión en ilusión. Y la continua soledad en la continua compañía del mismísimo Creador.

No hay caminos alternativos
La Palabra es clara. Colosenses 2:9 señala que en Jesús habita toda la plenitud de la Deidad, y nosotros estamos completos en él. El verbo que aquí se usa para “completo” es el griego “pleroo”, que significa “llenar”, “ser llenado”. Por eso Pablo dice que lleguemos a ser plenamente capaces de comprender el amor de Cristo, que excede todo conocimiento, y que, en ese amor, seamos llenos de toda la plenitud de Dios (cf. Efesios 3:18-19).
Esa es la única solución para la soledad. No busques más. Dios pone al alcance de tu mano qué hacer con este problema. La solución a la soledad emocional y espiritual no es llenar tu vida semana tras semana de muchas actividades eclesiales o lúdicas para estar siempre ocupado y tapar de alguna manera esos sentimientos que te embargan. La solución es tener comunión con los que te rodean y con Dios.
Es evidente que las cargas de la vida y los momentos de tristeza se llevan mejor entre dos o más. En definitiva, entre amigos. Pero, por muy importante y valioso que sean ellos en nuestras vidas, por encima de todo es la amistad de Dios.
¿Qué haremos? Como describe Santiago: Y se cumplió la Escritura que dice: Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia, y fue llamado amigo de Dios” (Santiago 2:23). Si hasta ahora no te considerabas amigo de Dios, haz tuyas estas palabras.
Si te sientes solo, ya sabes qué hacer. Confronta directamente y de manera radical el problema. No esperes más si vives sumergido en ese pozo. Y, cuando te encuentres mal y tengas ganas de llorar en tu habitación –o dónde veas-, hazlo. No tengas miedo a hacerlo. Preséntate delante de tu Padre celestial y te dará nuevas fuerzas para seguir adelante.
Lo que aquí hemos visto no significa que nunca vayamos a experimentar en momentos concretos algunos sentimientos de soledad. Mientras que vivamos en este mundo, absolutamente todos los cristianos, de una u otra manera, se sentirán en ocasiones desanimados. Pero descansemos en la certeza de que Dios nos acompañará siempre: “Y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén (Mateo 28:20).

* En el siguiente enlace está el índice:
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* Prosigue en:

[1] Ethridge, Shannon. La falacia de Grey. Nelson.
[2] No me crees. Efecto Mariposa.

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