miércoles, 14 de junio de 2017

3. ¿Las enfermedades irreversibles y la muerte son indignas? & Vivir con una enfermedad incurable

Venimos de aquí: A favor y en contra de la eutanasia: dos posturas opuestas: http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2017/05/2-favor-y-en-contra-de-la-eutanasia-dos_2.html

Uno de los argumentos que se usan a favor de la eutanasia es que determinadas enfermedades y la forma en que se fallece provocan un sentido de indignidad. No comparto tal pensamiento. Sea cual sea la condición física o mental de una persona, no la convierte en alguien indigno. La sociedad que nos rodea y, principalmente, nosotros mismos, nos valoramos en función de tener o no trabajo, de poseer o no estudios, de estar o no casados, de tener o no una buena casa y un buen coche. Con la salud sucede exactamente igual. Si estamos saludables y fuertes nuestra autoestima se mantiene alta y estable; nos sentimos valiosos y dignos. Por el contrario, si estamos enfermos y débiles nos hundimos anímicamente, considerándonos insignificantes e indignos. Es como si nuestro statu quo se tambaleará.
¿Es deseable depender de terceras personas, incluso para comer, lavarse y vestirse? Ni mucho menos. ¿Es agradable sentir que el cuerpo no responde como uno desearía? Ni de lejos. ¿Alguien querría verse así y necesitar ayuda para todo, como si fuéramos un bebé sin pudor? Nadie. Pero no acepto que estar en una situación así sea considerada indigna. Toda persona es digna aunque su situación en la vida no sea la deseada e idílica. El valor del ser humano está muy por encima de cualquier circunstancia. Si solamente consideramos la vida digna de ser vivida cuando estamos bien de salud y ánimo –como muchos llegan a afirmar-, y queremos morir en las mismas condiciones, apaga y vámonos.
Con esta manera de ver la realidad –completamente opuesta a la habitual-, trato que midamos nuestra escala de valores desde otro punto de vista. Teniendo en cuenta el concepto que he expuesto, indigno era el trato y la muerte que le proporcionaban los nazis a los judíos en los campos de concentración y los americanos a los esclavos de color. Pero ellos nunca dejaron de ser dignos. Por lo tanto, ningún enfermo es indigno, y que los familiares y amigos cuiden y ofrezcan su atención al enfermo es dignísimo. En consecuencia, la muerte es igualmente digna. No existe algo así como una muerte indigna. Y, aunque no sea fácil, así debería aceptarlo el receptor. Por lo tanto, la muerte por una enfermedad –sea la que sea- no es indigna per se.

Un enfoque diferente ante la enfermedad irreversible
Carlos (el enfermo de ELA del que hablamos en el primer artículo), decía que para qué luchar, que ya había perdido, por lo que pedía la eutanasia para “mañana mismo”. Aunque no he padecido en mis propias carne una situación de enfermedad grave, sí la he vivido en la persona que más he querido –mi padre-, por lo que puedo imaginar lo duro y doloroso que tiene que ser verte y que te vean en una condición de debilidad absoluta e irreversible, donde tu cuerpo se apaga sin remedio y sin que tengas control alguno ante dicho evento. Quien no se estremezca ante algo así tiene un corazón de piedra. En este sentido, es completamente comprensible el deseo de pasar página marchando de este mundo. Se visualiza la muerte como un acto de compasión por parte del que observa a la persona que se va deteriorando y de alivio para el que la está sufriendo. Aparte, los pro concluyen que, si fueran ellos los afectados, no querrían sufrir. Nuevamente es entendible en términos humanos.
Comprendiendo este sentir y esta realidad –donde el sufrimiento es más psicológico que físico-, le diré con todos mis respectos a los “Carlos” del mundo lo que pienso: sabiendo que van a fallecer y que la lucha ya no es por la propia vida en términos biológicos, ¿no sería mejor afrontarlo centrándose en lo que aún tiene, como sentir la presencia de los suyos cada segundo hasta el final, en verlos, en oírlos y en tocarlos, en lugar de buscar el desenlace intencionadamente? ¿No sería emocionalmente más sano dejarse cuidar y amar, permitiendo ambas cosas a los que les rodean –sea por el contacto físico o de otras maneras- en lugar de negárselos acortando el tiempo, incluso aunque llegase el momento de que ya no se pudiera responder de la misma manera? En el acto de recibir amor hay grandeza, y no únicamente en el de dar.
Toda vida es digna de ser vivida hasta el último segundo porque todo ser humano es digno, y el propósito principal es amar y recibir amor -independientemente de las circunstancias-, incluso cuando ya solo quede convertirse en receptor del mismo. ¿Será perfecto el tiempo que quede de vida cuando ya se sabe el resultado final? ¡No! ¿La calidad de vida será la soñada? ¡No! Pero también será vida y, a su manera, plena.

El caso de Stephen Hawking
Podría usar testimonios de creyentes para tratar este tema, pero, como cristiano que soy, ese sería el camino fácil, y aunque en otros artículos veremos testimonios impactantes, ahora me centraré en el científico Stephen Hawking, también enfermo de ELA. Cuando leemos sus palabras, nos quedamos únicamente con una parte de su discurso: que es ateo en todo su apogeo, que admite que consideraría el suicidio asistido si se agravara su enfermedad, y que cree que mantener vivo a alguien contra su voluntad es la mayor indignidad posible.
Ahora analicemos el resto de sus declaraciones y veamos su situación: es completamente dependiente y únicamente funciona su cerebro, requiere de continuas atenciones y de cuidados especiales, su cuerpo está atrofiado y paralizado, y para comunicarse tiene un sensor en la mejilla que es detectado por un conmutador infrarrojo montado en sus gafas, lo que le permite seleccionar caracteres en su ordenador: La medicina no ha sido capaz de curarme, por lo que dependo de la tecnología para poder comunicarme y para vivir”[1]. Además, confiesa que echa de menos ser capaz de nadar y añora ser capaz de jugar con sus hijos físicamente[2].
Un comentarista dijo: “si no se puede ´correr, bailar, saltar, jugar, reír y llorar` eso no es vida”. Sin embargo, el señor Hawking, que no puede hacer absolutamente nada de eso, al que no creo que le agrade su estado físico ni su dependencia, al que no creo que le haga mucha gracia que los desconocidos se le queden mirando con condescendencia, al que no creo que le estimule pensar en lo que puedan pensar de él al verlo postrado, al que no creo que le maraville saber que la vida de otros gira completamente en torno a él, llama a su condición “vivir”. ¡Nadie diría que su vida es vida, pero el afirma que sí lo es!
¿Qué le hace seguir adelante? Él responde que su estímulo mental: “Me sentiría como un condenado si supiera que voy a morir antes de poder desenredar el Universo”. Sigue deseando vivir por esa razón en particular. Me recuerda mucho a las palabras de Nietzsche: “Quien tiene algo por qué vivir, es capaz de soportar cualquier cómo”.
Si alguien que no era precisamente cristiano llegó a decir esto, y tomando como base el acicate personal que expresa Hawking, junto al enfoque que desarrollé en el escrito anterior (A favor y en contra de la eutanasia: dos posturas opuestas: http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2017/05/2-favor-y-en-contra-de-la-eutanasia-dos_2.html), pregunto con intención: el resto de mortales que no tienen entre sus planes desenmarañar el cosmos, ¿no podrían encontrar –y ayudarles a encontrar- su motivación en otras cuestiones, como en la sencillez de los pequeños detalles del mundo cotidiano y en recibir el calor de los seres queridos que le rodean?
Así lo ha encontrado una persona enferma, y cuyo testimonio va en consonancia con lo que estoy exponiendo: “Tengo una enfermedad degenerativa de los huesos. Llevo 11 operaciones y los dolores te matan, te anulan. Muchas noches dices ¿vale la pena otro día? Entonces piensas en las personas que tienes a tu lado y que hay días cuando los dolores de tres días sin dormir les gastas mal humor, y ellos están ahí a tu lado. Entonces dices claro que vale la pena sufrir otro día más”.
De igual manera, queda para la memoria la historia de una mujer joven norteamericana con cáncer terminal, que solicitó a su seguro unas sesiones de quimioterapia que le permitirían alargar su vida un año más para que sus hijas pequeñas tuvieran unos meses más a su madre. Su motivación se basaba en el amor, a pesar del dolor que le ocasionaba un tratamiento que no le servía de nada ante su enfermedad y que la demacraba aún más. Una actitud admirable y de ejemplo. 

Continuará en Anhelando la muerte: Yo antes de ti.

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