miércoles, 1 de junio de 2016

Cómo nos adoctrinan sobre nuestro cuerpo y qué hacer al respecto


Copyright de la foto perteneciente a Shanea Gaiger-Meg Gaiger/Harpyimages  

Ver una imagen como la del encabezado provoca rechazo. Nos impacta y nos resulta desagradable a la vista. Es una pura denuncia a la sociedad que hace el fotógrafo, planteando de manera muy explícita la cruda realidad: prácticamente desde la misma infancia nos inculcan la idea de que físicamente no somos perfectos y que, por lo tanto, no damos la talla ni el nivel, mostrando como efecto secundario que dejamos mucho que desear como personas. El problema es que, como alguien dijo: “Ninguna niña nace odiando su cuerpo. Nosotros las enseñamos a odiarlos”.

Hemos sido adoctrinados y estereotipados
Seas consciente o no, tú mismo fuiste adoctrinado desde muy joven para ser una princesa Disney escualida y perfecta (si eres mujer) y un soldado espartano emocionalmente inconmovible (si eres hombre). Como ninguno de nosotros alcanza esos ideales, la mayoría de las personas –especialmente las mujeres- están insatisfechas con sus cuerpos y viven frustradas por sus “imperfecciones”. Que si las caderas demasiado anchas o delgadas, que si demasiado pecho o demasiado poco, que si labios muy gruesos o finos, que si el pelo rizado o liso, que si éste tiene mucho o poco volumen, que si la piel es demasiado blanca o demasiado morena, etc. Y así podríamos citar todas y cada unas de las partes de la anatomía humana.
La sociedad crea estereotipos de lo que es perfecto y de lo que no lo es, y luego nosotros caemos en la trampa adoptando esos roles. Hoy en día parece que cada edad acarrea su propio mal. A una mujer de 50 años se le vende que su ideal físico son los 40 y se idean decenas de productos cosméticos para que así sea. La de 40 debe aspirar a aparentar 30, y la de ésta a figurar como una de 20. Por eso se presentan las cremas como “anti-edad”. Nos quieren hacer creer que hay algo de malo en la nuestra. Y much@s se lo creen.
Comprobamos que hasta las revistas para adolescentes tratan estos temas, donde destacan los “trucos de belleza” para estar guapa y reluciente, sin citar las miles de páginas que hay al respecto en Internet, con artículos “tan interesantes”, “profundos” y “apasionantes” (ironía-on) como “los ejercicios que Selena Gomez hace y que a ti ¡te encantarán!”, “6 tips para tener unos labios de 10”, “7 tips para tener un abdomen plano sin dietas ni ejercicios”, “5 trucos para disimular lo que no te gusta de tu cuerpo”, “el perfume de Kristen Stewart”, “vestidas para el éxito” o “las curvas de las wag[1].
También encontramos en la sociedad la hipersexualización a las que se ha sometido a niñas y preadolescentes, llevado a cabo de manera progresiva e imparable en las últimas décadas desde ese mundo al que llaman “moda”: concursos de belleza infantiles, ropa sexy para las más pequeñas, minifaldas, tops, bikinis, productos de belleza como pintauñas y pintalabios, etc. Dos casos –extremos pero reales como la vida misma- lo tenemos en Dakota Rose, una cría considerada la Barbie humana e imitada por miles de fans, o Rebeca, la adolescente del reality Los Gipsy Kings. Aunque parezcan ridículas e infantiles, tienen su reflejo en la vida adulta en personajes extravagantes como Paris Hilton y Kim Kardashian, junto a multitud de modelos que lo único que hacen es llevar 5 kilos de maquillaje, “lucir curvas”, vestir “blusas transparentes” (tan de moda hoy en día y que muestran sutilmente la ropa interior) y usar “tacones de medio metro” para estilizar sus piernas/gluteos, y a las que los medios de comunicación dedican una ingente cantidad de tiempo y espacio, para la incomprensible admiración de millones de seguidores en las redes sociales que se dedican a imitar su estética. Ante tanta trivialidad, no es extraño que una foto de la tal Kim obtenga más de medio millón de likes por mostrar casi toda su “pechonalidad” en la boda de una amiga.
Vivimos en una época donde lo que prima es la belleza, la apariencia y el “postureo”, considerándose lo más importante y transcendental. Si alguna mujer quiere llamar la atención, sentirse deseada, envidiada y amada, le basta con grabar un video bailando de manera exótica o hacerse una foto en alguna pose sensual, provocativa, con muy poca ropa, enseñando a ser posible el tanga y el sujetador, poniendo “morritos” y ojitos de “loba” interesante, y subirla a Instagram. Y si hay algo que se quiere cambiar, se usa el photoshop y todo arreglado. Hasta este extremo vacuo hemos llegado como sociedad. Este es un juego en el que caen muchísimas adolescentes y, tristemente, adultas inmaduras que viven en una eterna “edad del pavo”, tan ciegas y autoengañadas que no se dan cuenta de que están instaladas en la superficialidad absoluta y en el máximo apogeo de la vulgaridad, insconcientes de cuánto necesitan a Dios en sus vidas, al que por norma general suelen rechazar cuando otros les hablan de Él.
Cuando algunos nos atrevemos a señalar con el dedo este tipo de hechos, realidades, conductas y educación (por llamarla de alguna manera), donde la mujer es presentada y vendida como un florero, nos acusan de machista o de machorra, dependiendo de tu sexo. Otros se burlan diciendo bobadas como: “Claro, tú lo que quieres es que las mujeres no se depilen ni se aseen”. Y un tercer grupo comete el error de llevar tales denuncias al extremo, cayendo en el feminismo mas exacerbado y radical.
En Marzo de este 2016, el programa “Salvados” (no confundir con ese esperpento llamado “Sálvame”), tuvo por título “El machismo mata” (http://www.atresplayer.com/television/programas/salvados/temporada-11/capitulo-11-machismo-mata_2016021100263.html). En una de las partes (a partir del minuto 34:45), veíamos un taller de perspectiva de género ofrecido por Marina Marroquí para jóvenes de 15 años. Los chicos tenían que dibujar el ideal psicológico y físico de la mujer, y las chicas lo mismo respecto a ellos. Marina les dijo: “cinco cualidades físicas indispensables para que os enamoréis de él y queráis pasar juntos el resto de vuestras vidas”. Los adolescentes escribieron: un buen trasero, labios carnosos, que tenga curvas, más baja que la pareja y guapa de cara. Y entre sus cualidades psicológicas, la más importante era que fueran activas sexualmente con ellos. Por su parte, las chicas expresaron su ideal: ojos verdes, cejas muy bonitas (no muy finas, gorditas), labios carnosos, alto, fuerte, guapo, sonrisa bonita, ojos bonitos y completamente depilados. Sinceramente, me quedé con la mandíbula desencajada cuando escuché a ambos grupos. Marina les hizo ver con ejemplos muy claros de canciones y de películas que lo que ellos hacen es sencillamente “replicar un estereotipo”.



La conclusión es bien clara: hasta cierto punto es normal que piensen así los adolescentes. Y digo normal no porque lo sea, sino porque es lo que le han vendido los adultos y la sociedad capitalista en la que están plenamente sumergidos. El problema reside que en, al igual que la sexualización de las niñas desde edades muy tempranas, toda esta manera de pensar en el periodo de la pubertad sigue su curso lógico hasta establecerse en la vida adulta como algo corriente.   

Los medios de comunicación
Es brutal la manera en que los medios de comunicación, especialmente la televisión y el cine –donde actores y modelos han alcanzado el sueño de muchos- influyen en la propia imagen. Se nos muestra una y otra vez la supuesta perfección, tanto para hombres como para mujeres: torsos perfectos, pechos firmes, abdominales bien marcados, nada de grasa, muslos contorneados, brazos fibrosos, etc. La manera de conseguirlo requiere sacrificios, pero te muestran que merece la pena: dietas estrictas, pastillas, decenas de cremas, diuréticos, laxantes, un abanico infinito de actividades deportivas, cirugía plástica, etc. La publicidad se encarga de venderlo como recetas para lograr la felicidad. Nunca verás un anuncio de televisión donde la mujer que usa crema adelgazante no sonría o esté gorda; ya sale “con un tipazo de muerte” y reluciente, creando una falsa sensación de autoestima y de lucimiento. Quien no alcanza ese arquetipo es porque no quiere o es un vago e irresponsable que no se ama a sí mismo.   
Ante tal bombardeo de imágenes –donde se presenta el cuerpo de la mujer como un objeto- no es de extrañar las obsesiones que terminan provocando, llegando a casos de anorexia o bulimia, donde el individuo tiene un concepto distorsionado de sí mismo, valorándose por sus medidas y su peso.
Sin saberlo, estamos siendo “presionados por el entorno”. Nos olvidamos que en la vida real, esas actrices y modelos “semidiosas”, cuando están sin maquillar y en ropa usual, son completamente diferentes. Lo que se admira, luego está vacío: depresiones, suicidios, adulterios, divorcios, familias desestructuradas, trastornos de personalidad y complejos de inferioridad. Y esto también sucede cuando los valores que se transmiten son frívolos. 
Tampoco soy extremista: aparte de los beneficios físicos y emocionales, siempre apunto que es bueno y divertido hacer deporte, y que es saludable cuidarse con algunos productos que ofrece la medicina actual. Se puede estar en forma y comer de todo. También hay que saber que una persona con sobrepeso debe poner remedio por los problemas que puede ocasionarle en el corazón, en el hígado y en los huesos. Todo en su justa medida. El problema serio a la vista viene cuando buena parte del valor personal y de la estima se deposita en el físico y la estética.

Tu responsabilidad ante ti mismo y los demás
No vas a cambiar el mundo. Los grandes empresarios que ganan miles de millones no se van a arruinar por mucho que tú hagas ni van a dejar de explotar a países tercermundistas. Pero dicho esto, puedes poner de tu parte:

1) Cambiando aspectos en ti si es necesario hacerlo. Para eso deberás examinarte concienzudamente. ¿Hasta qué punto han calado los valores de la sociedad caída en ti? ¿Hasta qué punto te valoras por tu físico y tu vestimenta? En términos objetivos, ¿de verdad es un drama no lucir perfect@? Películas como Zoolander o Amor ciego muestran cuán absurdos son esos valores y se burla de ellos.
No puede ser que una prenda de vestir se use un par de veces y luego se tire a la basura “porque ya está muy vista”. No puede ser que el ropero personal sea más grande que el armario que conduce a Narnia y, sin embargo, la estantería de los libros ocupe apenas medio metro. No puede ser que la actividad lúdica favorita de muchos sea ir de compras. No puede ser que lo importante sea exhibir una determinada marca. No puede ser que se pague auténticas barbaridades por unos zapatos o unos pantalones. No puede ser que veamos a niñas preadolescentes en plan “lolitas” vistiendo como adultas y obsesionadas por estar fashion. 
Jesús dijo: ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?” (Mt. 16:26). De la misma manera, podríamos decir: “¿De qué sirve todo lo superfluo si no le damos importancia a lo que realmente lo tiene, como el crecimiento personal, la sabiduría, el discernimiento espiritual y el conocimiento de Dios por medio de Su Palabra? ¿De qué sirve lucir de forma esplendorosa si por dentro estamos vacíos? ¿De qué sirve atraer miradas si luego el carácter carece de riquezas espirituales? ¿Qué recompensa tendrá todo eso? Ante el ser humano puede que mucha, pero ninguna ante Dios y uno mismo.

2) Dejando huella en los que te rodean. Aunque miremos para otro lado tratando de negarlo o creamos que no se dan cuenta, los niños absorben todas estas ideas en edades donde no tienen ningún grado de madurez para discernir lo saludable de lo pernicioso. Cuando llegan a la edad adulta, no son conscientes de que han sido condicionados y han recibido lenta pero paulatinamente un verdadero lavado de cerebro.
Seas madre/padre/herman@/tí@/abuel@, tienes una responsabilidad para los que te observan, especialmente ante los más pequeños. Son como esponjas que todo lo asimilan, puesto que aprenden principalmente por IMITACIÓN: repiten lo que ven, escuchan y sienten. Por citar dos ejemplos: si una retoño “sufre” los gritos de su padre cada vez que comete un error o hace algo mal, luego será él quien grite cuando sean otros los que fallen o no se comporten como le gustaría, sea con amigos o con su futura pareja, porque es lo que habrá aprendido. O si su madre apenas lee o solo novelas y revistas del corazón, ¿cómo se le inculcará a leer libros esenciales? ¡Imposible!  
Tanto si es niño como si es niña, muéstrale cuál es su verdadero valor ante los ojos de Dios y cómo debe respetarse a sí mismo. Si es niña, muéstrale que no pasa nada si sale a la calle algún día sin maquillar o si se levanta con ojeras, ni que es el fin del mundo si no tiene una talla 36 o si no se compra ese pantalón vaquero ceñido que todas llevan al instituto para lucirse. Si es niño, muéstrale que una marca de ropa o el brillo de su cabello no determinan quién es. A ambos, muéstrale que el verdadero valor no reside en nada de eso, que no tienen que imitar a la sociedad y lo que otros hacen sino que deben tener personalidad propia.
Lo vuelvo a repetir: es TU responsabilidad, de la educación que impartes y del ejemplo que ofreces. No puedes esperar a que los pequeños se sienten delante del televisor o de Internet y reciban valores sanos, creyendo que sabrán discernir por sí mismos cuando ni siquiera tú lo haces en tu propia vida.

Lo verdaderamente importante
Como ya dije en ¿Cómo debe vestir una mujer cristiana? (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2015/10/77-como-debe-vestir-una-mujer-cristiana.html) y L@s cristian@s ante el bikini y otras cuestiones (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2015/12/78-ls-cristians-ante-el-bikini-y-otras.html), no hablo de que vistamos pordioseros, que vayamos desaliñados por la calle o que no podamos lucir elegantes. Me refiero al VALOR que le concedemos a las cosas. Y el valor de algo se basa directamente en el sacrificio que estamos dispuestos a hacer para lograrlo. Para que podamos entenderlo: hay personas que llegan a pagar miles de euros por un diamante o por el último modelo de un teléfono móvil. Ese es el valor que le conceden y por eso hacen ese sacrificio económico. Para mí, ninguna de las dos cosas tiene valor alguno.  No me importan en absoluto. Su precio es 0. Prefiero usar mi dinero de manera más constructiva o para otro tipo de disfrutes de mayor calado. De la misma manera, algunos hacen el esfuerzo de pasar horas al sol para estar moreno o hacer dieta para no tener nada de grasa. Para ellos, tener la piel tostadita y la piel estirada como un chicle tiene valor. Para mí, nuevamente, ninguno.
¿Estoy queriendo decir con todo esto que no puedes comprarte ropa, un móvil si lo necesitas, tomar el sol o hacer deporte? No es eso lo que quiero inculcar, sino que reflexiones –si, tú, lector- sobre qué tiene verdadero VALOR. ¿A qué le estás concediendo más importancia? ¿Cuánto tiempo y esfuerzo dedicas a practicar deportes y diversos hobbies, a planear las salidas del fin de semana, a hablar durante horas “de nada”, a ver la televisión y a wasapear? ¿No crees que podrías cambiar o reestructurar algunos hábitos para darle cabida a cuestiones de verdadera importancia? ¿No podrías dedicar una hora al día a leer buenos libros? ¿No podrías escuchar a la semana alguna buena predicación mientras caminas, y no siempre esa música “destroza-neuronas” que alteran el estado de ánimo? ¿No podrías descubrir tu verdadero don y ponerlo en práctica para el bien de los demás?

Un sueño
El 28 de agosto de 1963, delante del monumento a Abraham Lincoln en Washington, Martin Luther King pronunció su discurso más famoso a favor de los derechos civiles de los negros, titulado “Tengo un sueño”. Entre todas sus frases, me quedo con esta: “Sueño que mis cuatro hijos vivirán un día en un país en el cual no serán juzgados por el color de su piel, sino por los rasgos de su personalidad”. Sigue habiendo racismo en muchos aspectos, pero parte de su sueño se ha cumplido. Los avances han sido enormes en las últimas décadas hasta lograr que un hombre negro haya llegado al cargo de presidente de los Estados Unidos, algo impensable hace cincuenta años. Y en lo que respecta al tema que estamos tratando, también tengo un sueño, entre otros muchos. Parafraseando a King, diré que “sueño con el día en que la sociedad dejará de valorar a las personas por su apariencia física, sino por los rasgos de su personalidad”. ¿Lo lograremos a nivel global? Con total seguridad, no. La falta de educación y de respeto de muchos lo imposibilitará. Pero sí es cierto que está en nuestras manos cambiar. En ti y en mí. Como siempre digo, independientemente de lo que hagan o dejen de hacer los demás.
Podemos dejar de mirar/mirarnos/valorar/valorarnos por el físico, por la belleza, por la ropa y por la estética. Podemos empezar a burlarnos y reírnos de todos aquellos anuncios y slogans publicitarios que nos venden una falsa felicidad y nos tratan como mercancía de consumo. Podemos ir mucho más allá y mirar a los ojos del alma y estimar a las personas que nos rodean “por los rasgos de su personalidad”, y vernos a nosotros mismos de la misma manera. Tomando prestado algunas las características que presenta Pablo del fruto del Espíritu y del amor, una persona en cuyo carácter prime la paciencia, la benignidad, la bondad, la fe, la mansedumbre, la templanza, sin envidia ni jactancioso, que no se envanece ni guarda rencor.
El cuerpo es una parte de nosotros y hay que cuidarlo, pero es la que antes se arruga y mengua en vigor, al contrario que el carácter, que dura para siempre.
Teniendo en cuenta que nadie –ni  siquiera tú- es perfecto, empieza por ahí y cambia tu manera de valorar a los seres humanos. Seguro que conoces las palabras que Dios le dijo a Samuel: Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón” (1 S. 16:7). Es el momento de que nos apliquemos a nosotros mismos y a los que nos rodean esas palabras. Miremos el corazón y no la apariencia exterior.





[1] Wag: término que engloba a las esposas y novias de los futbolistas (en inglés, “Wives and Girlfriends”).

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