martes, 1 de agosto de 2017

4. Anhelando la muerte: Yo antes de ti



Venimos de aquí: ¿Las enfermedades irreversibles y la muerte son indignas? & Vivir con una enfermedad incurable. http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2017/06/3-las-enfermedades-irreversibles-y-la.html

La inmensa mayoría de personas incapacitadas gravemente no pueden hacer  alpinismo, esquí acuático y surf. Muchos no van a poder volver a caminar, conducir, jugar al fútbol ni a “complacer” como quisieran a su cónyuge. Estas eran las razones por las cuales Will –el protagonista de la película Yo antes de ti (Me before you)- quería que le aplicaran la eutanasia[1]. Antes de quedarse tetrapléjico –por el atropello de una moto-, hacía todo eso y más. No aceptó la ayuda de su novia y terminaron rompiendo. Viviendo con sus padres y postrado en su nueva condición, cortó todo contacto humano. Se negaba a salir de casa y, como él mismo afirmaba, se limitaba a estar sentado en su silla de rueda y a existir. Aunque la madre decía que tenía días buenos y días malos, su amargura era evidente.
Muchos meses después del accidente de tráfico, Lou –una jovencita sin experiencia alguna en el trato con pacientes- fue contratada para cuidar a Will. Al comienzo la menospreciaba y no quería ni que le dirigiera la palabra. Pero poco a poco, la ingenuidad y la vitalidad de Lou comenzó a surgir efecto. Se hicieron buenos amigos, veían películas juntos, cenaban en casa de ella, y le hizo comprender que los pequeños detalles de la vida eran los que hacían que ésta fuera merecedora de ser vivida. El ánimo de Will mejoró considerablemente, e incluso se reía, para gozo de sus padres, aunque la enfermedad seguía avanzando puesto que era irreversible.
Cuando Lou se enteró que el plan de Will incluía acabar con todo a los seis meses, trazó planes para hacerle cambiar de opinión. Lo llevó al hipódromo, de pícnic, a un concierto de música clásica y a la boda de la ex. Incluso le cortó el cabello y le afeitó la cara con la mayor delicadeza y ternura posible. Finalmente, como todo melodrama que se precie, se enamoraron.
Tras un viaje juntos a unas islas preciosas –el último intento de Lou para convencerle-, Will le comunicó su deseo de acabar con todo. Ella le imploró compungida y llorando que no lo hiciera, que lo amaba y que podría hacerlo feliz: “No lo estás intentando. No me estás dejando intentarlo. Me he convertido en una nueva persona estos últimos seis meses por ti. [...] Te he abierto mi corazón completamente y todo lo que me dices es no. De nada sirvió. Ya tenía su decisión tomada y los documentos en regla para concluir con todo. Y así lo hizo en Suiza, donde dicha práctica está permitida.
De cara al espectador, y por desafortunada que fuera su situación, aparentemente habían renacido sus ganas de vivir a causa de ella: “Tú eres la única razón que tengo para levantarme por las mañanas”. Era todo un espejismo. A él no le bastaba esa vida –que no consideraba plena- ni el amor que recibía, por lo que a todo dice que no: “Sé que podría ser una buena vida, pero no para mí. Es inconcebible. Tú no me conociste antes. Me encantaba mi vida. Me apasionaba. Y ahora no puedo conformarme con esto. [...] necesito que acabe ya. No más dolor ni cansancio ni despertarme cada mañana deseando ponerle punto y final. [...] Nada me haría cambiar de opinión”.
Llega a decirle a Lou que no quiere que se ate a él ni que se pierda las cosas que otro podría darle: “Y egoístamente no quiero que me mires un día y sientas el mínimo atisbo de arrepentimiento o de pena”, a lo que ella responde que “jamás sentiría eso”. Aunque esta actitud por su parte parece altruista (dejándole como legado una cuantiosa herencia económica para que ella tuviera una nueva vida) y su amor era verdadero, la realidad es que tuvo la oportunidad de centrarse en lo que tenía, en disfrutar de las minúsculas particularidades de su existencia, en amar de alma a alma, y en ser amado por alguien que podría haber sido su pilar, que lo aceptaba tal cual y que sacaba lo mejor de su personalidad. Por el contrario, se quedó únicamente con las carencias y privaciones, en todo lo negativo, en que ya no podría hacer ni tener, anclado en el pasado y en la nostalgia, sin flexibilidad emocional alguna, y sin aceptar en ningún momento su vida actual al compararla continuamente con la plena y perfecta que tenía. 
Esto se puede ver una vez más cuando ella le propone ir a París tras rememorar Will sus viajes a la capital francesa, ante lo que nuevamente se niega: “Me gustaría ir a París siendo yo. El que era, y que las chicas francesas me miraran”. Esas eran sus razones para decir no, y porque consideraba que era peor no caber tras una mesa, que los taxistas se negaran a llevarle, o que la silla no pudiera cargarse en los enchufes franceses.

¡Menudo desastre!
Esta película –basada en la novela del mismo título escrita por Jojo Moyes, donde destaca sobremanera la encantadora y emotiva interpretación de Emilia Clarke (cuyas cejas parecen tener vida propia)- perdió una oportunidad maravillosa para infundir ánimo y aliento a aquellos que padecen enfermedades degenerativas. En lugar de ser un canto a la vida y a la positividad ante la adversidad, es desmoralizadora, y el sentir que produce es de puro desasosiego, pareciendo más bien un vehículo para vender la eutanasia como única alternativa y para promocionar al grupo suizo Dignitas, que practica el suicidio asistido. Por esto entiendo perfectamente la campaña que hicieron en contra del largometraje organizaciones como Not dead yet, formada por muchísimas personas afectadas por estas dolencias tan graves y que se oponen a la eutanasia, irradiando optimismo, fuerza de voluntad y ganas de vivir. Según ellos, están cansados de que se considere peor estar discapacitado que la muerte.
Por todo lo que hemos reseñado, me resulta extremadamente chocante escuchar a aquellos que quieren suicidarse con dignidad porque, según ellos, aman vivir. Y no estamos hablando de personas en estado vegetativo, sino a los que están en plena posesión de sus facultades mentales, con capacidad de interactuar con otros seres humanos –aunque sea con serias dificultades- y de disfrutar de las pequeñeces, aunque estén gravemente enfermas.
Todo esto me recuerda a la suiza Alda Gross, una anciana sana sin ninguna enfermedad en concreto, que lleva años luchando para que un médico le recetara una dosis letal de un fármaco y así recurrir al suicidio asistido. Desea morir desde el 2005, cuando intentó suicidarse y fracasó en el intento. ¿Cuál es la razón que esgrime desde entonces?: Que su estado es cada vez más frágil, que ya no puede dar largos paseos como hacía antes y que no está dispuesta a seguir sufriendo la merma de sus capacidades físicas y mentales[2]. Considera que si no puede disponer al 100% de sus destrezas, no merece la pena vivir. En su balanza únicamente cuenta lo perdido y no lo que le sigue quedando. Más de una década perdida de vida porque no le gusta esa vida. ¡Qué triste!
Por todo lo que hemos visto, considero lamentable Yo antes de ti. Como alguien dijo: “es un insulto para aquellas personas que luchan cada día por su vida, por estar enfermas o por otras causas. Un insulto y una cobardía. Y lo médicos que lo proponen, un peligro”.

Suplemento
Quiero añadir un pequeño agregado tras ver otro largometraje después de haber terminado este escrito. Y quiero hacerlo por el peligroso camino mostrado en la película Amour (ganadora al Oscar en 2012 a la mejor película de habla no inglesa y la Palma de Oro en el Festival de Cannes, entre muchos otros premios), donde se nos cuenta las vicisitudes de un matrimonio anciano y la evolución tras un accidente cerebrovascular de la mujer que le incapacita la mitad del cuerpo, y que, con el tiempo, degenera en demencia senil.
Tiene dos grandes “peros”:

1) A pesar de que son dos personas muy cultas, ambos muestran una falta total de recursos emocionales para afrontar la enfermedad y el final de la vida, junto a una frialdad sentimental impropia en seres humanos.
2) La conclusión es atroz: después de rechazar toda ayuda y el ingreso en un hospital para que la cuiden, el esposo la asfixia con una almohada tras haberse perdido a sí misma y la asesina, algo que ya se intuía que podía pasar tras abofetearla días antes por escupirle el agua que ella no quería beber. La escena es estremecedora. El director vende la idea como un acto de amor y de liberación con la metáfora de una paloma, a la que en primer lugar deja ir tras colarse en casa y luego la mata en la segunda ocasión.  

Es loable cómo el marido la cuida al principio, pero su actitud y el desarrollo de la trama terminan por estropearlo todo. Por eso, el título –Amor- lo considero sumamente desacertado. Amargura sin fin hubiera sido más adecuado para lo visto. De forma implícita, se hace una apología a la eutanasia para que ningún anciano tenga que verse en la situación de tener que matar a su cónyuge enfermo. 

Continuará en Los Intocables de este mundo.


[1] Película que sigue la estela dejada por Mar adentro (2004), donde se narraba el caso real del tetrapléjico español Ramón Sampredo que se suicidó tras tomarse un preparado de cianuro que le facilitó Ramona Maneiro, como ella misma reconoció cuando habían pasado siete años y el crimen prescrito.

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