lunes, 19 de febrero de 2018

6. La actitud ante la enfermedad propia y ajena & El ejemplo de un padre con su hijo enfermo


Estoy totalmente convencido de que se nos debería educar desde jóvenes a saber cómo afrontar una enfermedad grave -aunque luego no acontezca- y a cómo tratar al que la padece. Asimilar esta idea siendo adultos es muy difícil, por eso he matizado desde jóvenes. A partir de ciertas edades, sería tan complejo como aprender física cuántica con ochenta años cuando en nuestra infancia no aprendimos la tabla de multiplicar.
Sé que el primer impulso ante esta idea es decir que es macabra. Al igual que la muerte, convertimos la enfermedad en un tema tabú. Pero esto es fruto de la superstición. Se cree que si no hablamos de los males los evitaremos, pero sí los mencionamos los atraeremos hacia nosotros. Una falacia irracional. La realidad es que, si lo pensamos con tranquilidad, ¿no nos gustaría saber qué hacer en caso de incendio, de un terremoto, un tsunami o un atentado terrorista, a pesar de que las probabilidades de que ocurran sean mínimas?

La educación ante la enfermedad propia
A Carlos se le alabó especialmente por su entereza (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2017/03/1-eutanasia-la-buena-muerte.html). Y no digo que no la tuviera. Mostró firmeza y determinación en la entrevista. Pero pienso que, si el enfoque fuera diferente –como vimos en el capítulo anterior- la mentalidad también lo sería. Esto no significa que si se produjera el mal no deseado lo recibiríamos con saltos de alegría y celebrando una fiesta, pero si la educación recibida ante la enfermedad fuera otra en su planteamiento inicial, la disposición de ánimo variaría considerablemente.
El  primer escollo al que se enfrenta el enfermo es el verse a sí mismo impotente por su dependencia y el sentirse una carga para los demás. Por eso muchas veces rechaza en primera instancia la ayuda hasta que comprueba por sí mismo que la necesita imperiosamente. Se siente herido en su orgullo y, en parte, humillado. Por estas razones, al igual que en los hospitales hay unidades de rehabilitación física para personas que han sufrido accidentes, debería existir su equivalente a nivel psicológico y afectivo. En algunas unidades de cuidados paliativos hay psicólogos, pero son los menos.
Es cierto que el enfermo no recuperará la salud si la enfermedad es degenerativa, pero una educación concienzuda al respecto haría que se afrontara con un parecer diferente al que tristemente estamos habituados y no ponemos remedio alguno. Así se lograría una mejor calidad de vida interna para seguir viviendo en dichas condiciones, aunque ésta esté mermada.
Que una persona quede disminuida física o psíquicamente –incluso perdida en sí misma como en el caso del alzheimer- no la convierte en no-persona ni significa que su vida haya acabado.

La educación ante la enfermedad ajena
Si se nos debería educar a todos en lo que respecta a la propia enfermedad, cuánto más es imprescindible analizar el otro aspecto: cuando la enfermedad es ajena a nosotros y potencialmente puede darse en familiares, teniendo en cuenta que todos son enfermos potenciales. Y hago énfasis en la misma idea: sea que llegue a suceder o no. Si se nos educa para la vida desde que somos muy pequeños y apenas tenemos noción de la realidad, deberíamos recibir instrucción sobre cómo cuidar a nuestros seres queridos si enferman gravemente. A menos que se haya estudiado Educación Especial, Enfermería o alguna otra carrera semejante, nadie sabe hacerlo llegado el momento. Aunque es evidente que mucho se aprende en la práctica y cuando toca, la formación debería ser previa. Y ésta incluiría –sin falta alguna-, además de asistencia física al paciente, la emocional, que es aun más importante.
Un ejemplo lo encontramos en el libro Lejos del árbol, de Andrew Salomon, considerado una obra maestra, donde se narra el testimonio de más de trescientas familias que han aprendido a convivir con la sordera, el síndrome de Down, el autismo, entre otras discapacidades. Este tipo de cuestiones son las que se nos deberían enseñar como parte básica de la educación como personas en los centros escolares.
Si cuidamos con ternura a un bebé que no se vale por sí mismo, se nos debería inculcar el mismo principio ante los enfermos. ¿Que agota anímica y físicamente levantarse a las 3 de la madrugada para dar de comer a un niño y proporcionarle la medicina si tiene gripe? Cualquier padre y madre dirá que sí, y mucho. ¿Por qué lo hacen entonces? Por amor. Si estamos dispuestos a dar esa clase de cariño al indefenso, también poseemos la capacidad de ofrecerle al enfermo lo mismo. ¿Es doloroso, triste y puede llegar a ser abrumador? Sin duda, pero no existe mayor expresión de amor que darse por completo. La sociedad se centra en la carga que supone algo así, en lugar de enfocarlo como una oportunidad hacia la entrega desinteresada.
No estoy queriendo decir que los que cuidan a sus familiares enfermos que preferirían la eutanasia sean malos cuidadores o menos personas que los que pensamos lo contrario. Me limito a mostrar el contraste tan brutal que existe entre lo que promueve la sociedad, como es la eutanasia ante casos irreversibles, y lo que mostramos los que estamos en contra de ella.
¿Y qué desean los pacientes de las personas que les rodean, especialmente de los amigos y familiares?:

- Que les acompañen en las circunstancias con serenidad y en sus distintos estados de ánimos –que suelen ser como una montaña rusa, con continuas subidas y bajadas pronunciadas-, algo que no es fácil ya que a nadie le gusta ver sufrir a los demás.
- Que les escuchen, que les permitan desahogarse y que no minimicen sus sentimientos de dolor, tanto cuando éste sea físico como emocional.
- Que les hablen y puedan pasar un tiempo agradable.
- Que les concedan tiempo para estar a solas sin nadie más presente.
- Que todo esto se haga con cariño y amor, no por obligación, puesto que esto lo detectan inmediatamente y les provoca rechazo.

Lo que realmente significa cuidar a un ser querido enfermo

Una vez más, y para terminar, narro un caso edificante para todo aquel que tenga que afrontar la enfermedad grave de alguien cercano; la historia de Pablo: “La falta de oxígeno durante el parto le provocó una muerte neuronal generalizada y, como consecuencia, una parálisis cerebral. ´Tiene el síndrome de West que conlleva un importante déficit motor, sensorial y cognitivo. Requiere estímulos mayores que el resto para reaccionar`, explica José Manuel (su padre). ´Pero dentro de todo es un niño que está bastante bien porque desde sus primeros meses le hemos hecho mucha fisioterapia y, aunque tendría que tener un daño físico enorme, no ha pasado nunca por quirófano`, añade con satisfacción, con la misma que habla de la pasión que comparte con su hijo desde hace casi una década. La descubrió por casualidad un día de vacaciones en Huelva. José Manuel iba a salir a correr, como tantos otros, pero aquel día ninguno de sus otros cuatro hijos ni su mujer podían quedarse al cuidado de Pablo. ´Entonces pensé: ¿Por qué no me lo llevo? Y lo hice. En cuanto empecé a correr empujando la silla y él notó sensación de velocidad comenzó a reírse y a chillar. Se lo pasó en grande y, desde entonces, empezamos a salir a correr juntos`, cuenta. ´El ir sentado en la silla le requiere un esfuerzo porque cuando algo no le interesa se deja caer. Sin embargo, el rato que salimos a correr va sentado derecho y siempre hay algún momento en el que nos regala una sonrisa. Para mí eso es un placer. Si fuera por Pablo, estaríamos horas y horas corriendo`, añade riendo”.
Esa sonrisa de Pablo se ha convertido en el motor de su vida. ´No hay nada como verle sonreír`, dice. [...] ´Creía que era imposible ser feliz con un niño así, que sería un sufrimiento permanente, pero todo lo contrario`[1]. Desde entonces participa en carreras junto a su hijo: ´Al principio tenía miedo de que se asustase con la gente, pero desde la línea de salida empezó a chillar tanto de la emoción que todo el mundo le iba grabando. Se tiró así hora y pico, los 12 kilómetros. El síndrome de West hace que quienes lo sufren se metan mucho en sí mismos y verle así era algo excepcional` [...] Da igual los calambres, los tirones musculares o el cansancio, cualquier esfuerzo físico merece la pena por verle sonreír, disfrutar`. Y así hasta el maratón de Nueva York: ´En cuanto llegamos a Brooklyn empezó a chillar y a chocar la mano con la gente, que es lo que más le gusta. Yo había aprendido a decir en inglés Choca esos cinco (Give me five!) y lo iba diciendo continuamente. Chocó la mano a medio Nueva York. La gente enloquecía a nuestro paso. Lloré varias veces a lo largo del maratón. Lo que ocurrió al paso de Pablo es indescriptible, supera las expectativas de cualquiera. La gente que estaba en las gradas junto a la meta se puso en pie para aplaudirle`, recuerda. ´Yo hago las carreras para que Pablo sonría, disfrute, sea feliz`.
Aunque reconoce que al principio él y Maite, su mujer, entraron en estado de shock, gracias a Pablo han aprendido que no hay obstáculo que no se pueda salvar, que ´en la vida no todo el sufrimiento es malo porque te ayuda a valorar los pequeños detalles`. [...] ´Nos ha enseñado que la vida es entregarse a los demás. Es una suerte tenerle porque nos enseña mucho más de lo que pensaba que podría aprender en mi vida`, dice este profesor de Geografía e Historia en un Instituto sevillano”[2].

Vivir para otro ser humano. Vivir totalmente entregado. Vivir para que tenga la mejor vida posible dentro de sus posibilidades. Vivir para alguien sin esperar nada a cambio.
Teniendo muy presente que hay enfermedades que ni siquiera permiten sonreír al afectado, me quedo nuevamente con estas palabras de una hija que perdió en catorce meses a su madre enferma de ELA: “No pasa un día que no desee pasarlo lo mal que lo pasaba cuando tenia que cuidarla, con tal de seguir teniéndola conmigo...Y ella deseaba lo mismo”.
Al igual que el artículo Los Intocables de este mundo fue un canto de esperanza y de ánimo para todos aquellos que padecen graves discapacidades, espero que el ejemplo de este padre lo sea para los que cuidan de los enfermos.

Continuará en ¿Morir voluntariamente es un acto de libertad? https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2018/07/7-morir-voluntariamente-es-un-acto-de.html



[1] Las palabras del padre, en su totalidad, son: “Dios hace que lo imposible sea posible”. Pero como dije en el primer artículo, mantengo hasta el final mi palabra de no hablar de la fe hasta el apéndice.
[2] http://www.marca.com/atletismo/2016/11/17/582ce68be2704e496c8b456e.html Me llama muchísimo la atención que cuando se publican noticias sobre las nuevas novias de los futbolistas, el nuevo peinado, el nuevo coche, la nueva casa, y todas las sandeces inimaginables que aparecen en la prensa deportiva, aparecen cientos de comentarios inmediatamente y, sin embargo, este reportaje apenas tiene 55. Eso dice mucho del nivel de parte de la sociedad.
      

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